08.04.2019
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Siendo niña se conmovía ante las obras maestras de Goya, Velázquez y el Greco y también desde muy temprano recibió un inmenso amor cada vez que pintaba un cuadro o hacía un dibujo. “Para mí el arte es un toma y daca de amor, porque con él recibía afecto y hacía sentirse felices a los demás”, confiesa la polifacética artista que ha experimentado la creatividad en todos sus formatos.
Bárbara Allende, que en 1979 cambió su nombre por el de una de las estrellas de la obra del Hortelano, creció en compañía de sus cuadernos de dibujo y desarrolló su talento fotográfico durante la adolescencia. Del mismo modo, la pintura, integrada en la fotografía y en su ejercicio más puro, fue otro de los ingredientes que definieron su trayectoria profesional. Ahora, se prepara para una exposición en Arles, acaba de hacer el cartel del festival de música internacional de Perlada y sueña con poder diseñar la escenografía y el vestuario de una ópera junto a su hija. Por otro lado, tiene pendiente escribir una autobiografía para trasladar su historia a la gran pantalla. “Creo que mi forma de ver tiene que quedar plasmada”, comenta sobre la idea de aventurarse en una nueva materia artística.
Las fotografías monocromáticas que colorea con acuarela, la atracción que siente por la feminidad a la hora de crear, la intensidad y la alegría que emanan de sus flores inventadas o los poemas que dedica a estos cuerpos que brotan de la naturaleza, son la esencia de su obra y los rasgos que acompañan sus ocho tesoros más preciados.
Siendo niña se conmovía ante las obras maestras de Goya, Velázquez y el Greco y también desde muy temprano recibió un inmenso amor cada vez que pintaba un cuadro o hacía un dibujo. “Para mí el arte es un toma y daca de amor, porque con él recibía afecto y hacía sentirse felices a los demás”, confiesa la polifacética artista que ha experimentado la creatividad en todos sus formatos.
Bárbara Allende, que en 1979 cambió su nombre por el de una de las estrellas de la obra del Hortelano, creció en compañía de sus cuadernos de dibujo y desarrolló su talento fotográfico durante la adolescencia. Del mismo modo, la pintura, integrada en la fotografía y en su ejercicio más puro, fue otro de los ingredientes que definieron su trayectoria profesional. Ahora, se prepara para una exposición en Arles, acaba de hacer el cartel del festival de música internacional de Perlada y sueña con poder diseñar la escenografía y el vestuario de una ópera junto a su hija. Por otro lado, tiene pendiente escribir una autobiografía para trasladar su historia a la gran pantalla. “Creo que mi forma de ver tiene que quedar plasmada”, comenta sobre la idea de aventurarse en una nueva materia artística.
Las fotografías monocromáticas que colorea con acuarela, la atracción que siente por la feminidad a la hora de crear, la intensidad y la alegría que emanan de sus flores inventadas o los poemas que dedica a estos cuerpos que brotan de la naturaleza, son la esencia de su obra y los rasgos que acompañan sus ocho tesoros más preciados.
Papel, encaje, recortes de fotografías y una larga cola que cae con bordados y tela. La unión entre Ouka Leele y María Rosenfeldt, madre e hija, se materializa en esta corona que reúne la esencia de ambas. “La hizo mi hija para un performance en el teatro Paco Rabal, ella es muy creativa y con cuatro telas te hace cualquier cosa con un significado”, nos cuenta la artista cuando le preguntamos por los orígenes de este objeto tan especial. Pero no fue hasta hace poco cuando ella misma se encargó de darle su toque personal. Ouka hizo una performance sobre la maternidad y quería cubrir su cuerpo con recortes de bebés recién nacidos, pero había un inconveniente: todos salían llorando. ¿Qué mejor forma de representar la maternidad que a través de su propia experiencia? Por eso, decidió recrear unas flores añadiendo varias piezas de una fotografía que le hizo a María cuando tenía un año, “me pareció más dulce escoger una imagen de mi hija”, explica.
“Es el principio más intuitivo, más telúrico, que encarna la emoción y la creatividad”, explica Ouka sobre esta escultura hecha por ella misma que representa el cuerpo de la mujer a través de una silueta rotunda y voluminosa, evocando a las Venus antiguas. Lo femenino es uno de los elementos centrales de su obra. De hecho, con esta pieza moldeada a mano pretende reivindicar la parte femenina que vive en todos y cada uno de nosotros, independientemente de nuestro género. Estas cualidades han quedado eclipsadas culturalmente por la razón, tradicionalmente vinculada a lo masculino y, con esta obra, la artista busca exteriorizar y equilibrar esa faceta creativa que suele permanecer oculta. Cada curva y cada rincón de esta pieza tan especial es pura feminidad, incluso la media luna que sustituye a la cabeza simboliza la conexión del satélite con la mujer.
Una mujer que deambula por el mundo en busca de su hijo perdido. Ouka representa en esta pieza llena de simbolismo el argumento de Curlew River, la parábola eclesiástica de Benjamin Britten (1913-1976). En 2007 la artista colaboró con el grupo Ópera Nova diseñando la escenografía y el vestuario para la representación de la obra, por eso, trasladó a esta maqueta su puesta en escena. “El vestuario que hice para la madre es muy especial. De su tripa emanan telas rojas que representan las entrañas”, nos comenta en detalle. La luna vuelve a aparecer en esta pieza, dibujada a lápiz, pero esta vez con un significado totalmente diferente “es el niño que canta muerto desde el más allá, diciéndole a su madre que está mucho mejor y que ahora ayuda a la gente”. Pero a veces también se convierte en una vidriera de iglesia, al tratarse de una obra originalmente religiosa representada por monjes.
“Es un trabajo muy bonito, que te alegra la vida, no tiene nada que ver con esas obras llenas de tristeza que a veces hacemos los artistas”, cuenta Ouka sobre Floraleza, otro de sus tesoros más preciados. El libro, que recopila un total de 20 serigrafías y 20 poemas, es una prolongación de Mi jardín metafísico, el mural que pintó en Ceutí hace 15 años. En ambas obras, el colorido, la belleza y la diversidad floral son los protagonistas. Este elemento de la naturaleza, tan presente en su trabajo, representa para ella el florecer humano, la alegría “nunca pinto flores que veo, sí me inspiro a través de las que percibo, pero son flores que vienen de dentro, como si fuera yo floreciendo”.
“El bolso es pequeñito, como de noche, lleva la foto del hombre con el pulpo que hice en los 80 y es como una joya, una joya punki”, así describe Ouka una de las piezas que Loewe lanzó en 2017 inspirándose en su serie Peluquería. J.W. Anderson, director creativo de la firma, también es un gran admirador de su trayectoria y tuvo la idea de concebir una colección cápsula homenajeando a la artista. Las fotografías de Peluquería se estamparon en camisetas, bolsos, pañuelos, chaquetas, y fue todo un éxito. “Además, como en Loewe hacen las cosas con tanto gusto y están tan bien hechas, fue todo un éxito”, añade Ouka
Los detalles y la sencillez de lo cotidiano también inspiran a Ouka Leele en su proceso creativo. Este objeto tan bello es fruto de la casualidad de la naturaleza, ya que la vajilla se basa en un girasol que crece cíclicamente en su terraza. La artista plasma la belleza de la flor a través de sus colores y la simetría que se origina en la zona donde reposan las pipas, para ella es “pura geometría llena de polen”.
“Una casualidad mágica”. Así define Ouka la colección de alfombras que ha creado para la galería Hamid -hasta allí nos trasladamos para que pudiera mostrárnoslas-, SIMORG, producto de la suma de su creatividad y el trabajo artesanal de un grupo de tejedoras de Afganistán. Su nombre tiene una historia y se inspira en una epopeya de la filosofía sufí que narra el camino de treinta pájaros hacia el encuentro con la divinidad. A partir de este relato de superación y unidad, las artesanas han convertido la belleza y el colorido de los dibujos de Ouka en una obra de arte. Además, su nombre fue pura coincidencia “teníamos todos los diseños encima de la mesa, nos dimos cuenta de que eran treinta y también fueron treinta las tejedoras que trabajaron haciendo las alfombras”, nos cuenta la artista.
Fotografías: Natalia Pérez Delgado
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Fotografías: Natalia Pérez Delgado
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