Foto: Violeta Gladstone
Técnicas ancestrales heredadas de nuestras abuelas, de la vida rural, de lo que ofrece la tierra. Mediante su belleza, las flores nos recuerdan nuestra propia fragilidad, el paso del tiempo, la decadencia. Estas siete mujeres, a través del trabajo de sus manos, reciben el poder y la sabiduría de la naturaleza. Una profesión feminizada que otorga a quien la practica una concepción de la vida alejada de lo fugaz y enlazada al ritmo de las estaciones.
El trabajo de Alina Macías en Taller Silvestre parte del bosque. A través de las recolecciones en las distintas estaciones del año, el trabajo de Alina nos recuerda que solo somos unos invitados en esta gran casa que es nuestro planeta. “Las mujeres y las flores estamos hermanadas de una manera simbólica, pero también biológica, pues ambas perpetuamos la vida en la tierra”, nos cuenta. “Vivimos un momento fundamental, en el que nos hemos empezado a plantear como seres humanos, y como mujeres, nuestra relación con la naturaleza. Un momento en el estamos tomando conciencia de que no podemos seguir viviendo en la tierra como si no hubiera un mañana. Las flores, con su fragilidad y delicadeza, constituyen en sí mismas una declaración de este estado de emergencia. Lo efímero nos recuerda lo importante”.
Formas sencillas con reminiscencias de la flora acuática llenan el espacio de Milena Orlandi, Studio Seiva. En Studio Seiva, menos siempre es más y así lo prueban todas sus obras. A pesar de Iniciarse en la floristería vía Instagram, Milena siempre ha tenido una conexión especial con este universo: “Crecí en la naturaleza, y el gusto por las flores me fue transmitido a través de las generaciones de mujeres en mi familia. Pero siempre he pensado en el arte floral con los prejuicios de alguien que no está familiarizado con el oficio, como una ‘cosa de abuelas’, una forma de expresión inferior y de carácter meramente decorativo, porque lo poco que sabía sobre el tema no me atraía estéticamente. Hasta que vi que esto no era solo una cosa de gente mayor y había mucha gente joven y creativa que hacía cosas muy interesantes con las flores, algunas de ellas provenientes de otras áreas creativas”.
Contando con apenas elementos, la florista es capaz de crear arreglos evocadores y poéticos que, además, ganan significado al fotografiarlos bajo su personal perspectiva, dada su amplia experiencia como fotógrafa, tal y como Milena comparte con nosotros: “La fotografía, además haberme dado experiencia estética que se suma al trabajo floral, también es una herramienta importante para uno exhibir el trabajo y su visión estética. Pero ahora, a medida que conozco más sobre el arte floral y especialmente absorción por otros medios, como las bellas artes, por ejemplo, es mi deseo que se transforme cada vez más en un proyecto visual multidisciplinario que combine trabajos tanto en dos como en tres dimensiones, como fotografía, escultura e instalación. Me atraen mucho más los lenguajes híbridos”. El juego con las formas y distintos materiales hacen del trabajo de Milena una obra de ingeniería floral llena de poesía.
Como un instante congelado, las flores de Lola Guerrera se quedan atrapadas cayendo del cielo, como un cometa, o como una estrella fugaz. Eligió la flor como materia prima tras reflexionar sobre lo volátil y lo frágil, y así nos lo cuenta ella: “Durante un tiempo estuve investigando sobre artistas que trabajasen el concepto de lo ‘Vulnerable’ y caí rápidamente en las pinturas holandesas, las vánitas del Siglo XVI y XVII. De ellas me enamoraron como usaban la simbología de la flor, y decidí que éstas iban a ser mis nuevas materias primas”.
Su destreza en la floristería es el complemento perfecto para su trabajo en otras disciplinas, también enmarcadas en el diseño visual. Sus creaciones son complejas dadas las propiedades de su elemento estrella: “La dificultad es encontrar el modo de secado ideal para cada especie. Trabajo casi siempre con la flor seca y no todas funcionan igual. Algunas son muy carnosas y necesitan de un proceso mientras otras deben secarse al natural sin cortar previamente.... Al final tengo en mi taller todo un laboratorio donde experimento todas las técnicas posibles para poder conservar la belleza natural de la flor viva una vez que se ha secado”.
“Mis creaciones no están inspiradas concretamente en ninguna disciplina artística sino más bien en un conjunto de ellas, ya que me gusta apelar al imaginario colectivo para contar historias a través de las flores. Durante gran parte de mi infancia, mi madre se dedicaba a analizar vídeos musicales utilizando la semiótica para su tesis doctoral y aún, hoy en día, los vídeos musicales son mi mayor fuente de inspiración”, nos cuenta Violeta Gladstone.
Los arreglos de esta florista son clásicos instantáneos, casi esculturales, que elevan a las flores a un estado de obra de arte efímera. La utilización de flores voluminosas son la seña de identidad de su trabajo, ya que además de ser estéticamente interesantes, para Violeta tienen una gran carga emocional: “Me gustan las flores grandes porque crean volúmenes muy interesantes. Cada una de ellas es un mundo en si misma. Me apasiona observar cómo cada flor es diferente, cómo sus pétalos se disponen de forma perfecta, casi como fractales, como en cada pliego o curvatura la flor muestra su carácter. Me recuerdan que estamos aquí de pasada y que formamos parte de algo mucho más grande”.
Ajenos al tiempo, los arreglos de Paula Brasaanï son universos florales en miniatura, secados y preservados para convertirse en un adorno eterno, tal y como ella los describe: “La flor cortada natural es perecedera, así que me animé a experimentar con flor seca y flor preservada”. Los colores vivos y vibrantes son la seña de identidad de sus trabajos, entre los que destacan, también ramos de flores salvajes que invitan a adentrarse en la naturaleza y tocarla, verla y olerla a través de la flora que nos ofrece.“Me relajo, cuando conecto con ellas puedo desconectar del mundo, todo fluye... Más allá del aspecto creativo y estético, el valor terapéutico de las flores es algo que la gente debería conocer.”
Además de su trabajo más convencional, Paula Brassani es toda una experta en Kokedama, una técnica japonesa que sustituye la maceta por una bola de musgo que simboliza la reconexión con lo salvaje, en sus propias palabras: “Soy muy defensora del movimiento No Floral Foam, que defiende la no utilización de esponja floral (que no es biodegradable) para el trabajo con flores. Existen técnicas como la malla de gallinero o el kenzan que son mucho más respetuosas con el medioambiente. Esta filosofía es la que me llevó a interesarme por el kokedama, que tiene más de quinientos años de antigüedad y nació con la intención de mantener el vínculo de las personas con la naturaleza dentro de sus hogares”
La labor de Sylvia Bustamante se extiende más allá de la creación pues, su otra pasión es divulgar el conocimiento y el trabajo de otros floristas a los que admira, tal y como hace en la cuenta @floristasdelmundo y como directora de la nueva escuela Madrid Flower School. Para Sylvia, es de suma importancia dar a conocer el papel que las flores juegan en nuestra propia cultura y ritos: “Las flores han demostrado ser vitales en la vida del ser humano desde un punto espiritual y estético. Nos acompañan en los hitos más importantes de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, y nos ofrecen consuelo. Las flores transmiten y cambian nuestras emociones.”
Dar visibilidad y valor a esta profesión en España no ha sido fácil. Ella no sabe bien: “Hace seis años, las flores en España no generaban mayor interés. En ese momento entrevisté a varios floristas en Madrid que me contaban los malabares que tenían que hacer para elaborar diseños de acuerdo con sus estándares. Y aún así, recorriendo hoteles (mi marido es crítico hotelero), me encontré con flores muertas dentro de los jarrones. Sin embargo, desde hace dos años el ambiente está cambiando. El Festival Floral ha sido primordial porque ha puesto a Córdoba -una vez más- en el mapa de las flores, gracias al trabajo de diseñadores de talla mundial”.
Orgánico, local y natural: estos son los tres pilares sobre los que se construye Semilla Salvaje, el sueño de Irene Rodríguez hecho realidad. Esta florista decidió crear su propia tienda a partir del nacimiento de sus hijos, que despertó en ella una mayor conciencia sobre el consumo y la producción responsable.
Además, esta profesión le daba la oportunidad de compaginar su maternidad con una tarea creativa y gratificante: “Al tener a los niños te das cuenta de que tienes que elegir entre trabajar (y pagar a alguien para que se ocupe de ellos), o estar con ellos (y depender). Al tiempo que buscaba una solución que me permitiera gestionar mi tiempo necesitaba algo que me dejara desconectar, o conectar. Las flores son muy agradecidas, no hay que esperar mucho para ver una hermosa recompensa a tu trabajo. Es algo pequeño, bello y natural que te da energía para afrontar las partes duras del día a día”.