El ecofeminismo encuentra un vínculo entre la subordinación de la mujer y la explotación de la naturaleza por parte del patriarcado capitalista. El término fue acuñado en 1974 por la francesa Françoise D'Eaubonne. A principios de esa misma década, el movimiento Chipko en India o the Green Belt movement en Kenia, inspiraron las bases de esta filosofía. Años más tarde, este modo de pensar también encontró eco en el mundo occidental, coincidiendo con las protestas antinucleares y la proliferación de un activismo ecológico. Actualmente, y como consecuencia de la sobreexplotación de recursos naturales por parte del sistema capitalista, la desigualdad o la violencia de género, su discurso gana fuerza.
En el ecofeminismo se dan dos corrientes:
La radical: defiende que las mujeres y la naturaleza están explotadas por las mismas fuerzas de dominio patriarcales. Una posición que en algunos casos se extiende también a los animales.
La cultural: vincula a las mujeres y a la naturaleza a través de procesos propios del género como la menstruación o el dar a la luz. Como consecuencia, las mujeres perciben más los daños causados a la naturaleza, son más empáticas y están más preparadas para pasar a la acción.
Mujeres en Kenia transportando agua
Podría decirse que la radical considera el lazo entre la mujer y la naturaleza degradante, y la cultural como empoderante. Sin embargo, a la perspectiva que propone el feminismo cultural, la radical le recuerda que, tal y como apuntó Simone de Beauvoir en ‘El segundo sexo’ (1949), la sumisión y los cuidados no son cualidades innatas femeninas, sino productos sociales de nuestra civilización.
Más allá de que las analogías que se puedan establecer entre procesos que experimentan tanto el cuerpo femenino como la tierra, la luna o el sol, en muchas sociedades -especialmente en las zonas rurales de los países empobrecidos-, las mujeres viven una realidad no simbólica: se encargan de proveer a la comunidad de agua, comida y leña. Son "administradoras de recursos naturales", lo que significa que sus vidas están estrechamente ligadas al entorno en el que viven. La crisis climática, por lo tanto, hace que, debido a la tradicional división sexual del trabajo, aumente la cantidad de trabajo no remunerado para las mujeres.
El abrazo
El movimiento ecologista Chipko, nacido en India (en la colina de Uttark-Hand en el estado de Uttar Pradesh) en 1972, es uno de los ejemplos históricos más ilustrativos de este problema. Basado en los principios de la filosofía gandhiana y la resistencia no violenta, surgió como contestación a la tala de árboles y la roturación de tierras llevada a cabo en los años 60. Una explotación desmesurada de los recursos naturales en detrimento de la gestión comunal de la tierra y que llevaba a las mujeres a tener que desplazarse grandes distancias para poder realizar sus labores de recolección.
Mujeres en India abrazadas a un árbol como símbolo de protesta
Chipko en la lengua hindi significa abrazar. Y eso hacían las activistas: abrazar a los árboles y atarse a sus troncos como muestra de oposición ante la tala. A lo largo de los años, sus acciones han producido mejoras significativas a nivel local, pues las mujeres tienen ahora mayor grado de participación en la toma de decisiones e, incluso, han podido poner en marcha programas propicios para el desarrollo rural sostenible, así como la reforestación con especies autóctonas.
La vida en el centro
Existe una crisis de los cuidados o de la reproducción de la vida cotidiana ligada a la crisis de la naturaleza. Sin embargo, ello no implica que las mujeres tengan una conexión ‘mística’ con la tierra, menos si esa idea sirve como argumento para subordinar a ambas bajo el dominio patriarcal. No son nuestras semejanzas con la naturaleza la que nos llevan a ambas a estar sometidas, sino la dictadura del capital. Existen dualismos como naturaleza-cultura, hombre-mujer, humano-animal, razón-emoción, etc. que todavía están pendientes de eliminar. De nuevo cito a Simone de Beauvoir, quien defendía que “no se trata de que las mujeres le quiten el poder a los hombres, ya que eso no cambiaría nada en el mundo. Se trata precisamente de destruir esa noción de poder".
El ecofeminismo busca sustituir las estructuras de dominación por otras en las que la igualdad y la diversidad establezcan un campo de acción justo y nivelado para todas las personas, independientemente de su género, raza, sexo o clase social. Su objetivo es situar la sostenibilidad de la vida en el centro. Es decir, otorgar valor a las tareas que las mujeres han desarrollado tradicionalmente: los cuidados; así como a los valores que de ello se derivan como la solidaridad, la empatía, las relaciones afectivas, la creatividad y la atención a la naturaleza.