Collage de cubierta: Francisca Pageo
En su último poemario, ‘Da dolor’ (La Bella Varsovia, 2020), Pilar Adón extiende un paisaje habitado por la incertidumbre y el miedo que producen la pérdida de una persona querida, pero también por el consuelo que le ofrece la poesía. Dividido en tres, como en una metáfora continuada sobre el proceso de formación de una montaña, al leerlo nos plegamos y cabalgamos por una corteza terrestre sembrada de temor, madurez o tristeza.
En ‘Orogénesis (lo de antes)’, como si fuera un cuaderno de campo, Pilar dibuja el mapa que se despliega ante ella. Una tierra propia que es femenina y, al igual que en su anterior poemario, ‘Las órdenes’, habitada por mujeres, madres e hijas, jóvenes y viejas. En ella deambulan plañideras, siervas, penitentes, poetas, santas, prostitutas o peripatéticas. Todas se nos aparecen. Pero también se esconden en madrigueras, raíces de árboles, cuevas o trenzas. Y en el tránsito lidian con el miedo, el amor, el pecado, el vértigo y la espera. El reino animal es testigo. Asnos, mulas, perros, borregos y lobos asisten en silencio al relato de la memoria. Presente en todos los estratos está el héroe, el hijo, el padre, el patriarca. Uno en concreto: “el hombre que / se marchó en septiembre” y al que Pilar hace referencia tomando prestados los versos de Anne Carson ya al final del relato.
En ‘Deformación (durante)’, la espera y la expectación dan paso a un estado de choque, de incertidumbre, de no saber a qué agarrarse. Pero también describe un momento activo de asimilación; de acompañar y cuidar, de ir de allí para acá, de hospitales y mascarillas, de trayectos en autobús, de esperas. La poesía le ofrece una salida. Y con una mezcla de lucidez y de ceguera, se prepara para la ausencia, para la pérdida.
El último tramo, ‘Plegamiento (lo de después)’, es un viaje descendente, ligero, cargado de consciencia, propósitos y certezas. El lenguaje, más llano, más directo, le ayuda a desprenderse de las cargas, como un bálsamo para la herida que ahora está abierta.